domingo, 4 de marzo de 2012

La vi, temblaba.
Movió algo adentro, algo que hace mucho no podía sentir, tal vez nunca lo había sentido.
Era preciosa, tenía miedo.
Lento, me acerqué, y la abracé, apenas sus manos rozaron mi cuello la sentí; helada.
La tomé con más fuerza, no la solté, y no me soltó.. Por tanto tiempo.
Cerré los ojos, fue lo único que pude hacer; la sentí, sentí su espalda y su cuello, su cabello, todo tan frío.
Ella dejó poco a poco de temblar.
Las olas, fueron lentamente desapareciendo, ya no había nada más.
Abrí los ojos, ella ya no temblaba, el sol nos había sorprendido. Ella me abrazó y la besé con toda la delicadeza que pude.
No tenía frío.. Me confesó cómo moría de miedo
"¿Miedo de mí?" le pregunté.
No dijo nada y me besó.

lunes, 20 de febrero de 2012

Cuando todo cambia.

Y sin querer, ya te convertiste en un bonito recuerdo para las noches en las que no puedo dormir.

martes, 24 de enero de 2012

Y pues.. Sí.

No sé si tenga algo de malo documentar las cosas que pienso, o que me pasan; pero siento la necesidad de remarcar que ya no siento la necesidad de hablarte.

lunes, 16 de enero de 2012

No está padre. Porque ahora soy yo quien te está haciendo lo que me hicieron a mí.

martes, 3 de enero de 2012

Historias que nunca fueron para contarse.

¿Cuántos pensamientos puede albergar una sola cabeza?
Y..
¿Cómo hacerlos desaparecer?

Donde empezar no es el problema, siempre hay un inicio, un punto de partida, una primera vez... "LA primera vez" pensaba "no hay otra" y eso le asustaba.
Por poco tocaba los veinte, pero siempre había pensado como alguien mayor, aunque a veces ni su físico ni su actitud lo demostraran.
Siempre pensaba lo que decía, aunque eran raras las veces en las que decía lo que pensaba.

Un buen lugar para comenzar una historia es el mar, pero nunca creyó que fuese un buen lugar para terminar alguna, los finales en el mar le parecían muy tristes.. O muy románticos, no podía decidir.

Le pasaba muy a menudo por la cabeza el deseo de ser niño, todo parecía ser más fácil, sentía envidia al pensarlo; por eso a veces decidía simplemente no pensar.

Jorge. Ese sería su nombre, por alguna razón lo encontraba perfecto.
Su nombre en realidad nunca le gustó, pero no le molestaban los apodos o cosas del estilo, aunque siempre deseó en secreto haberse llamado María; tampoco sabía exactamente por qué.

Donde empezar definitivamente no era el problema.

Siempre le gustó jugar con la mirada, ella sabía que era el arma que mejor controlaba. Mentirosa compulsiva por excelencia, aunque nunca con malas intenciones.
Una de esas personas con injertos de artista.

Cierto día descubrió un defecto, además de su obsesión por la ortografía.
Curiosidad.
Alguna vez le dijeron que era el tipo de persona que cree que debe saberlo todo, y tal vez era verdad, tal vez creía que podría manejar todos tipos de información.. -Tal vez - pensaba - la curiosidad no sea tan mala-
Hasta que llegó el miedo.
Se dio cuenta de que por curiosidad empezó a fumar, por miedo tenía amigos, por curiosidad tenía amigas, por miedo besaba, por curiosidad tocaba.

Cierto verano se atrevió a besar a una niña, y lo primero que sintió fue miedo, y al momento descubrió que le gustó, le gustó mucho, pero dudaba si era por darle la razón a mamá, que siempre le decía que parecía que hacía las cosas nada más por llevar la contraria.

Pero siempre había llevado la contraria, nunca le gustó ser como los demás, mamá y papá le repetían lo especial que era, y ella, inocentemente un día, se lo creyó.
Además, le gustaba mucho destacar, aunque tratara de no auto reconocerse a menudo. Tenía mucho talento. O tal vez sólo mucha autoestima.

Su parte favorita del día era el sol, siempre quiso vivir cerca de la playa, y odiaba la lluvia. ¿Por qué alguien querría mojarse? la lluvia es triste, es fría, lenta y además no la dejaba salir..

Eso le gustaba mucho, salir.
Nunca vio su casa como un hogar, por más que retacara las paredes de caras bonitas, seguían siendo paredes.
Frías, duras.
Descubrió que ese era uno de sus miedos, convertirse en una pared. Dejar de sentir, no tener un motivo para moverse de lugar.

Con una diagnosticada tendencia a una depresión, y un rotundo "no" a cualquier pastilla; trataba de pasar la mayor parte del tiempo sonriendo. Siempre intentó ver la vida con los ojos de niño, sorprendiéndose de todo a su alrededor.

Nunca creyó en el amor, hasta un 22 de Junio de cierto año, como a las 10:42 de la noche.
Se enamoró por primera vez.. "Y por última", pensó un par de meses después de un 22 de Junio de cierto año siguiente.
Ese año fue en el que realmente se sintió viva, pero, una vez más, rompiendo siempre el estándar de lo establecido, teniendo un amor sellado con estampillas y adresado a Willhelmstraße #12, Oldenburg, Alemania. Un año separado por siete meridianos, y, para colmo con una niña, una joven.. Una pared.

Trató de escribir sobre él, pero todo le salía igual, aún siendo diferentes palabras, terminaba siempre por contar la misma historia. Su bote de basura se vio lleno de papeles arrugados miles de veces..

Aprendió que esas historias de gente con corazones rotos no respetan al género.
Nunca le gustó la palabra "corazón", siempre evitaba usarla, tampoco sentía ninguna necesidad de dibujar corazones, o mariposas, como la mayoría de las niñas que desde que aprenden a hacerlos simplemente no terminan.
Ahí pudo bien haberse dado cuenta que nunca fue como los demás, o como las demás.

Prefería el fut bol, los juegos de peleas, las espadas y las pistolas. Tampoco le gustaba el rosa.
A pesar de todo, siempre trató de encajar. Por miedo, seguramente. Nunca descubrió el por qué de esa necesidad tan humana.

Un día aprendió que lo peor que le puede pasar no era el no tener algo, sino el tenerlo y no haberlo sabido disfrutar.
Como ese año "perdido" de su vida. Así le gustaba llamarlo, aunque tal vez puede que sea el mejor que hubiera vivido.
Prefería solo recordarlo de esa forma, ya que si empezaba con los recuerdos, entonces su mente volvería a la mala broma de preguntarle "¿Qué hice mal?" haciéndola caer en momentáneas tristezas.

"¡Qué grande es el mar!" pensaba, para poder evitar cualquier imagen de la noche anterior...
Ese día, después de clases, decidió ir a un parque a escribir, siempre pensó que era la mejor y más rápida de olvidar.
Aunque olvidar fuera imposible.
Bajó en una estación del tren en la que nunca había bajado antes, buscando un parque; pero lo único que encontró fue a un residente, alto y perfecto, sin mencionar de bien vestido y parecido.
Se acercó a preguntar en el idioma local por un parque, y él objetó no saber, pero le ofreció la opción del mar.

Después de agradecer, ella dio media vuelta y regresó a las enormes escaleras que la llevarían de regreso al tren.
En su activa imaginación, escuchó unos pasos apresurados detrás de ella, volteó para ver si él había corrido detrás de ella para preguntarle su nombre, tal vez ofrecer su compañía para el día nublado en la playa, tal vez la conversación llevara a un café, tal vez se verían más de una vez, tal vez todo eventualmente llevara a un beso. Besar era definitivamente su deporte favorito.
Pero cuando volteó la cara para comprobar su teoría solo pudo ver a una apresurada mujer asiática en sus cincuenta y tantos..

Decepción de nuevo. Regresó un poco la mirada para ver si él seguía donde antes, pero ya era tarde.

Escuchando las olas se dio cuenta que necesitaba un lugar como ese para escapar del mundo, o tal vez escapar de sí misma. De su activa conciencia implantada por mamá y papá, que piensan que perforar su cuerpo no va de acuerdo con su círculo social.

Y así fue como se encontró de nuevo, reviviendo imágenes de la noche anterior, una y otra vez, repetidamente, a cierto ritmo, con la misma pregunta que siempre la llevaba a dejar de sonreír por un segundo "¿Qué hice mal?" Todavía no podría decidir si la parte en la que devolvió el saludo a un completo extraño en la parada del tren regreso a casa, o la parte de romper promesas que alguna vez se había hecho a sí misma.

Trató de escribir de nuevo. Por lo menos ya tendría una historia nueva que contar. Pero todo lo que salía de la pluma no eran más que simples palabras comparadas con el hecho de no saber como sentirse con lo que había hecho. Pasó poco tiempo, y llegó el miedo de nuevo.

Miedo a que todo fuera a cambiar, miedo de ser vista de otra manera, miedo de cambiar, de abandonar esa infancia y la negación de hacerlo.

Después de darle vueltas por horas, se convenció de que no habría valido la pena, y de que tampoco era una historia digna de ser contada, ni necesaria de repetir.
Así de sencilla era la solución, Nadie nunca tendría que saberlo ¿para qué?
De cualquier forma había ya tenido mejores momentos, y sin necesidad de compañía.

Sólo lo contaría a dos personas, las únicas personas en el mundo en las que sabía que, además de poder confiar, de alguna manera entenderían.

No podía morir con un secreto, no podía morir con ese secreto, nadie debe morir con secretos. La simple idea de pensarlo le parecía estúpida.
Fue entonces cuando sacó de su mochila un cuaderno y comenzó a escribir.
Cuando terminó, regresó a la ciudad, compró tres sobres y metió las dos primeras cartas en sus respectivos, los cerró y pego las estampillas; ambas las adresó con letra limpia y grande, para que no hubiera el más mínimo error.
La tercera iba dirigida a mamá y papá. No incluían remitente.

Se dirigió al monstruo rojo traga-cartas que muchas veces había visto en películas, per nunca usado, y metió las tres cartas de un sólo golpe.

Regresó a la playa, con la conciencia limpia y una sonrisa en la cara.
Se adentró completamente vestida y con la pluma todavía en la mano al helado mar, para nunca regresar.

Los finales en el mar siempre le parecieron tristes. Pero nunca trágicos.