Tengo en mis manos muchos globos, de miles de colores, hay azules, rojos, amarillos, blancos y uno que otro negro.
Me tomó poco más de un año recolectarlos todos.
Fué difícil, pero ah. ¡cómo me divertí!... Aunque, también crecí.
Crecí porque algunos globos no eran como los otros, unos me hicieron enojar y otros me hicieron llorar mientras los recogía.
Hoy, tengo en mis manos muchos, muchos globos; he soltado algunos en el camino, pero aún quedan muchos más.
No quiero soltarlos, porque para mí significan como un premio, un premio por el esfuerzo que hice por conseguirlos...
Pero, me dí cuenta que para tener globos nuevos necesito soltarlos, necesito dejarlos ir. Nadie puede tener más globos cuando ya tienes las manos ocupadas, y, para poder recoger nuevos necesito abrir las manos y por consiguiente dejar ir esos globos.
Es cierto, los recuerdos de mis miles de globos no se irán, ni aunque recoja y suelte mis globos un millón de veces más; y, es cierto, también, que eso es lo padre, y lo que me hace crecer...
Carajo, como duele crecer.
Hoy te libero, abro mis manos y dejo volar estos globos, que, inutilmente traté de tener por siempre, nunca fueron mios, y nunca lo van a ser; déjalos volar.
Déjalos ir.
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